Por Lola Pop
Todo lo que aseguras detestar de los festivales de música, o, más bien, de sus organizaciones, créenos, pasará a tu lista de nimiedades cuando conozcas de cerca lo que fue Woodstock 99.
Para comprobarlo, HBO Max y Netflix ofrecen dos miradas que -con diferentes enfoques- dejan claro que sí, que no eran solo rumores, que este fue el peor festival que se haya conocido.
A finales de los 90, mientras el mundo se preparaba para lo que se suponía sería una gran falla informática global -que, al final, arrojó no más que pequeños daños-, ocurría también un cambio importante en el medio que había logrado centralizar el consumo de música joven, en Estados Unidos y muchas partes del mundo.
MTV ya había comenzado a mutar para dejar de representar la música y la cultura más alternativa y -en su misión de siempre adecuarse a los nuevos públicos jóvenes- hacerse más y más mainstream.
Fueron sus primeros trágicos pasos hacia lo que luego terminaría en aquellos reality shows…
Con este escenario de fondo, y después de una edición en 2004 que no dejó las ganancias que se esperaban, nació la idea de producir un nuevo Woodstock.
El concepto de base era el de celebrar los 40 años del mítico Woodstock 69.
Pero no se trataría de atacar a la nostalgia de los adultos de aquella generación, sino de atraer a las nuevas.
Y a la principal generación que captaron fue a la de jóvenes blancos de la clase media estadounidense, aburrida de -ojo aquí a la incongruencia- una vida sin problemas importantes, con mucha ira sin sentido y con graves problemas de machismo… Una generación de machitos aburridos con muchas ganas de cagarse en un MTV que ya venía dando traspiés.
A cargo de la realización de Woodstock 99 estuvieron el propio Michael Lang -creador de la legendaria primera entrega y la segunda edición- y el promotor John Scher.
Incapaces, ignorantes de o poco dispuestos a leer, primero que nada, a ese grupo y con el firme objetivo de, a costa de lo que fuera, hacer con este evento las ganancias que no pudieron con el anterior, idearon una fiesta de tres días que convirtió al lema de «Paz, amor y música» en una pesadilla de furia, mierda y salvajismo.
¿Culpa de los asistentes o culpa de una pésima-espantosa-mediocre-abusiva organización?
Es lo que Trainwreck: Woodstock ’99 y Woodstock 99: Peace Love and Rage nos invitan a descubrir.
Alerta de espóiler: cuando el show no funciona, la culpa no es de los payasos, sino de los dueños del circo…
Por qué ver Trainwreck: Woodstock ’99 en Netflix
Palabras clave: desde dentro.
Si bien esta serie documental de tres episodios dirigida por Jamie Crawford ubica al espectador en el entorno de la época, no ahonda tanto en este como sí en el personal del festival y en el público.
Así es como nos enteramos de que la seguridad y sus filtros, la logística y hasta parte del staff ni eran suficientes ni estaban preparados para lo que vendría.
Además, podemos ver cómo en una época bien anterior al #metoo, los abusos a las mujeres estaban prácticamente legitimados.
Con un seguimiento al día a día, esta producción nos conduce a ir vislumbrando el rocambolesco desenlace.
Punto a desfavor: por alguna razón, este seriado no hace énfasis en los casos de muerte y violación que se dieron en medio de estas bacanales abusivas.
Por qué ver Woodstock 99: Peace Love and Rage en HBO Max
Palabra clave: Contexto.
El largometraje documental de Garret Price va creciendo sobre una base contextual que invita al espectador a atravesar varias capas:
Cómo se transitó o se transitaba el cambio de esa Generación-MTV que se construyó al calor de Nirvana, R.E.M o Beastie Boys a la que hizo lo propio con Korn o Rage Against the Machine y se enfrentaba al fandom de Britney Spears, Christina Aguilera, NSYNC o Backstreet Boys.
Cómo se definía el discurso de la nueva generación dominante.
Cuál era el momento cultural, social y político que atravesaba Estados Unidos, con un fondo que incluía el caso Lewinsky-Clinton -y el cómo se lo manejaba o miraba, a través de un cristal dominante puramente macho-, por un lado, y la masacre de Columbine, por otro, por ejemplo.
Las fallas de seguridad y de logística también quedan claras en este documental que, a diferencia del anterior, sí brinda testimonios y denuncia los casos de violaciones a chicas y -aunque se presume que hubo más- el de la muerte de un asistente.
Ambas propuestas registran un desastre impensable para un evento de esa magnitud.
Botellas de agua a 4 USD en medio de un calor sofocante.
Casi nulas condiciones de sanidad e higiene, con baños químicos desbordados de heces fecales.
Bajísimos controles para el acceso y consumo de drogas.
Seguridad inexistente para proteger a público y, en especial, a las niñas, chicas y mujeres.
El maltrato constante al que sometieron a una masa, que acabó llevándola al desborde.
De ninguna manera queremos que bajes tu vara, que tienes todo el derecho de exigir las mejores condiciones en tus festivales, pero sí creemos que te lo pensarás mejor a la hora de evaluar al próximo después de ver estas dos producciones.


Lola Pop es Lola Mendoza: Licenciada en Comunicación, teatrista, escribidora y cofundadora de Pop Société. Con una larga experiencia como emprendedora de la música independiente, ha sido mánager/RP/booker de artistas en México y LATAM + productora de conciertos/giras/eventos/espectáculos en el mismo ámbito. Ha trabajado con artistas como Los Amigos Invisibles (agente de prensa y booker), Quiero Club (equipo de management), Natalia Lafourcade (booker), Maxi Pachecoy (equipo de booking/touring), entre otrxs.
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