Dirigido por Stanley Nelson, esta producción hace un acercamiento importante más a la figura en su costado humano que a la obra musical de Davis.
Claro que su música es presentada, sobre todo en relación a lo visionario y disruptivo que fue este creador. Pero lo que más pesa aquí son sus demonios, los mismos que lo podían llevar a ser más monstruo que persona.
Todo, sobre la base de testimonios y registros. Vale decir sobre estos últimos que son más fotográficos que en video.
Al contrario del de Miles Davis, en este docu se echa en falta que se permita al espectador más intimidad en relación con el ser humano.
Aquí de lo que se trata es de conocer y repasar el legado musical de uno de los más grandes productores de la música estadounidense contemporánea. Un verdadero Midas de la producción de música.
Quizás aquel lado personal fue el que quiso precisamente evitar su hija, la conocida actriz Rashida Jones, que es una de las coproductoras y codirectoras de la película.
Ojo, esto no desagrada, sin embargo, porque es un regalo poder pasearse por su obra, por su magia y por la misma historia del pop que domina y marca tendencia todavía hoy en todo el planeta.